Lucía, la luz que nos guía

Miguel de siesteta. ©

La historia de María, David, María, Lucía y Miguel. 2018

"Lucía, la luz que nos guía"

Mi nombre es María, soy la mamá de María, Miguel y Lucía.

Siempre soñé con ser madre y darles el pecho a mis hijos, esa imagen estaba idealizada en mi cabeza, nunca imaginé que a veces el embarazo no termina con un final feliz, o la lactancia fuera difícil.

Mi hija mayor María, nació de 39 +2 semanas, tuve síntomas de preeclampsia durante el embarazo y al final decidieron hacer inducción al ver que no cogía peso, nació el 17 de abril de 2018 a las 17:09h, con sus 2610gr, pero llena de fuerza.

Yo, una madre primeriza, estaba poniéndola constantemente en el pecho, recuerdo como el papá de al lado, le dijo a mi marido a la mañana siguiente: “tu mujer no ha dormido en toda la noche, estaba ahí todo el rato con la niña, no le daba tiempo a quejarse, ya estaba ahí con ella”. El instinto que tenemos es increíble, estaba agotada tras más de 1 día desde que empezaron con la inducción hasta que nació María, pero estaba como una leona junto a mi cría, cuidándola, para que no le pasara nada.

Recuerdo cómo lloraba por la noche pese a ponerla al pecho, vino una enfermera y con una jeringuilla le dio un poco de leche de fórmula, entonces dijo: “tiene hambre…”. Claro que tenía hambre, nadie vio su frenillo, y la pobre no sacaba lo que debía y al ser tan chiquitilla, se cansaba y se dormía.

A la mañana siguiente, María amaneció un poco amarilla y tenían que ponerle una lámpara para la ictericia. Además, se sumaron, unos temblores, que no era otra cosa que la glucemia por los suelos, había que suplementar, si no le subía la glucemia, iban a ingresarla, no se cuantas glucemias le pudieron hacer, tenía ya los talones destrozados la pobre, pero conseguimos que se recuperara y no estuviera ingresada en neonatos. Pedía ir al lactario del hospital para poderle dar lactancia materna exclusiva y así no suplementar con lactancia artificial, pero no me hacían caso, hasta que un pediatra, le dijo a la auxiliar y enfermera, que me llevaran al Lactario. Ella debía tomar bibe suplementario aparte de la lactancia a demanda, cada 3h tenía que darle el biberón, y ahí estaba yo, cada 2h con mi botecito yendo al Lactario del pleistoceno que tenía el hospital, dejando a mi pequeña con papá, con la lámpara de rayos ultravioleta, a la que llamábamos “la sepia”, en una habitación individual a la que nos movieron, donde parecíamos famosos, todo el día con las gafas de sol para que ella se recuperase bien.

Luchando contra la lipasa©

Ahí me di cuenta de la cantidad de leche que tenía, me sacaba perfectamente la cantidad de leche que María necesitaba, a parte de darle a demanda cuantas veces ella lo reclamaba.

La nena no mamaba lo que debía y estuve sacándome leche cada 3h para suplementarle las tomas, nadie vio que tenía un frenillo tipo 2 y ese el motivo por el cual ella no se agarraba correctamente.

Y así, conseguimos irnos a casa, con 2510gr. Recuerdo al pediatra que la dio de alta, que nos dio la enhorabuena, me dijo que estaba muy bien con el peso que se iba.

Antes de salir del hospital, ya había dejado encargado un saca leches en un centro comercial, así que nos dieron el alta, nos fuimos al coche y directos a recoger el sacaleches porque sabíamos que iba a ser nuestro aliado durante una temporada.

Luchamos y peleamos con esa lactancia, acudimos a todos los sitios posibles, le hicieron la frenectomía, pero María seguía sin agarrarse bien, tenía que estar sacándome leche y a parte de ponerla al pecho, empezó a ser una lactancia diferida, mi madre no lo entendía, mi marido intentaba entenderme, me apoyaba, pero sabíamos que llegaría el momento en que aquello sería insostenible. Hacíamos bromas con las visitas: “¿quieres un cortado?”y sacábamos el botecito de la nevera. Fue una auténtica locura, el sacaleches también lo apodamos como “ordeñator”, mi marido, intentado hacerme reír, me hacía bromas y eso, sumado a mi tozudez y el apoyo incondicional que me daba mi prima Jessica, creo que fue lo que me ayudó a conseguir darle durante casi 6 meses lactancia materna exclusiva, aunque en ocasiones no tenía cantidad suficiente de leche, le daba fórmula y recuerdo que cada “bibe de mentira” era una daga para mi corazón. Duró todo lo que pude mantenerla, pasé 4 mastitis y acabé agotada. También tuve perlas de leche y heridas en los pezones y areolas que tuve que tratar con parches de una conocida marca y aceite de oliva. Vamos un completo en lo que se dice en complicaciones con la lactancia, todo lo que puede salir mal, ahí estaba.

Afortunadamente, cuento con un gran apoyo en mi vida, mi prima Jessica, me ayudó cuando Lucía se puso malita y me buscó ayuda. Fue la que realmente me ayudó con la lactancia de María, porque, aunque cientos de kilómetros nos separen, estamos ahí siempre. Cuando nació María se había sacado la titulación de asesora de lactancia y fue una pieza clave para que yo continuara; cuando decidí dejarlo, una gran ayuda, que me apoyó y guió en todo momento, luego cuando pasó lo de Lucía, ella estaba en el grupo de duelo perinatal de su hospital, entonces nos fue de gran ayuda, sin ella, no estaríamos como estamos ahora, y estaremos eternamente agradecidos, por todo su apoyo y la ayuda que nos ha prestado.

María crecía sana y fuerte, y decidimos que queríamos darle un hermanito o hermanita pronto.

Joya de leche materna

Me quedé embarazada y venían mellizos, todo nuestro mundo se volvió patas arriba, ilusionados, desconcertados, pero sobre todo con muchas ganas de tener en brazos a nuestros bebes.

Tenía claro que daría el pecho a los bebés, necesitaba resarcirme de la lactancia anterior y quería intentarlo con los mellizos.

Pero todo se truncó en la semana 20 cuando vieron que Lucía que era el primer gemelo estaba más pequeñita, la denominaron PEG y había que esperar a su evolución. Cuando volvimos en la semana 22, todo se había agravado, había pasado de PEG a CIR tipo I selectivo, tenía poco líquido, y ella se había cambiado hacia un lado, dándole espacio a Miguel que seguía sano y fuerte.

No pudimos hacer nada para salvar a Lucía, nos derivaron al 12 de Octubre. En nuestro hospital nos dijeron que lo más probable es que se valorara realizar un pinzamiento de cordón y se pararía su corazón, nos decían que quizás no llegara con vida a la consulta de medicina fetal en Madrid, porque tenía muy poco líquido, pero ella siguió con nosotros un poco más, luchando junto a sus padres, que se aferraron a un rayito de luz. En el 12 de Octubre nos dijeron que no era necesario realizar el pinzamiento pues no había sufrimiento fetal y aunque era muy pronto para valorar una cesárea de urgencia, se podría valorar en la semana 25. También nos explicaron que el estado era grave, entonces, ella podría fallecer de causas naturales. Lucía no aguanto y el 02 de Diciembre de 2019 murió a las 24+4 semanas. Sentí un dolor horrible en la barriga, en el lado derecho donde ella estaba, sabía que se había ido y al día siguiente cuando fuimos a consulta nos confirmaron que había fallecido, no nos quisieron decir cuando había sido, se centraron en Miguel y en que él se encontraba bien.

El embarazo continuó, al ser un embarazo bicordial-biamniótico no debería haber más problemas, las primeras semanas había riesgo de parto prematuro, fueron muy duras, lo pasamos realmente mal.

Ella acompañó y cuidó a su hermano para que naciera sano y fuerte, y en la semana 37 Lucía decidió que era el momento de que nacieran, se rompió su bolsa, pero como apenas había líquido ni me di cuenta de haber roto aguas y ya cuando tuve el prolapso de cordón tuvimos que acudir a urgencias, tuvieron que provocar el parto.

Fue un embarazo muy duro, llevaba a mis 2 hijos dentro de mi, la vida y la muerte juntas. Mucho miedo por si le pasaba algo a Miguel. María, viviéndolo todo, con sus casi 2 añitos… Todo un infierno que me gustaría que nadie jamás lo tuviera que volver a pasar y sumándose en muchas ocasiones un trato lamentable por parte de los profesionales.

Afortunadamente, mi prima que está en la unidad de duelo de su hospital, me puso en contacto con la asociación Red el Hueco de mi Vientre, y tuvimos apoyo durante esos 3 duros meses, conseguimos ir sobrellevando el duelo y saber cómo queríamos recibir a nuestros hijos. Estoy segura que sin ese apoyo no hubiéramos podido hacerlo.

El 06/03/2020 a las 05:37 nacía Miguel con sus 3170gr y a las 05:45 nació Lucía, el paritorio quedo en silencio, la envolvieron en las mantitas que llevamos y enseguida pude tener en mi pecho a mis 2 hijos.

Miguel se agarró perfectamente al pecho, enseguida pregunté si tenía frenillo porque me daba miedo tener las mismas dificultades que hubo con María, pero él, estaba tan bien acoplado a mi pecho, que era sanador verlo. Miraba a un lado y veía a nuestra preciosa Lucía, se le veía tan bien el rostro, tan morena, con tanto pelo, y me daba una pena enorme no poderla tener junto a su hermano mamando, poder alimentarla…

El comienzo fue duro, estábamos en pleno duelo, lloraba constantemente, anhelaba a Lucía, aunque ella está en casa en su urna, la necesitaba físicamente, tenía una sensación horrible, sentía que mis brazos estaban preparados para coger a mis dos bebes, pero sólo podía tener a uno, solo podía cuidar de Miguel y me destrozaba el alma.

Me entregué en cuerpo y alma a nuestra lactancia, tan maravillosa porque no había problemas, tan difícil porque sólo pensaba en Lucía, en el sueño de haberla podido amamantar junto a su hermano, abrazarla, besarla, olerla mientras le daba su toma…

Sentía que tenía que sacarme leche, quería donarla, miré y vi que en Salamanca no hay banco de leche, entonces vi que está en Valladolid, pero con todo el estado de alarma no sabía cómo hacerlo…

Mi salud empeoró, primero parecía que mi asma estaba un poco descontrolada en el posparto, el 22 de abril de 2020 me diagnosticaron una trombosis venosa profunda en la pierna derecha y el 25 de mayo de 2020 ingrese por un trombo embolismo pulmonar.

Había estado sacándome leche todas las noches, era una tarea obligatoria que me había asignado, cuando María estaba dormida y Miguel dormía un ratito, yo me ponía en mi lado del sofá 20 minutos en cada pecho con el sacaleches, guardaba la leche y la congelaba. Como habían pasado 2 meses desde el nacimiento de los bebés no me había sacado demasiada, pero lo suficiente para que, durante mis incursiones a urgencias, Miguel estuviera provisto de alimento, aunque luego él lo rechazaba porque se negaba a tomar biberón. Como siempre ha dicho mi marido: “Miguel quiere la leche de su envase original”.

Recuerdo el día que ingresé en el hospital, como estaba esperando en la sala de sillones de urgencias, a que llegara mi marido con el sacaleches, el pecho estaba súper cargado y era necesario que me hiciera una extracción. Se portaron muy bien conmigo, cuando llegó con todo el arsenal, mis cosas de aseo, algo de ropa, el sacaleches y mis queridas bolsitas de almacenamiento respiré aliviada. Tenía que estar allí hasta que tuvieran el resultado de la PCR y así darme destino de ingreso. Enseguida me puse manos a la obra y aquello daba alegría verlo, vaya cantidad de leche saqué, él me contaba como estaban María y Miguel, me decía que Miguel sabía que yo no estaba hacía huelga y dormía mucho, no quería comer nada, en ningún formato. Llegaron los médicos, eran dos chicas y un chico jóvenes, les dio reparo verme ahí en plena faena, decían que venían en otro momento cuando hubiera terminado y nosotros tan acostumbrados a ello, no nos sentíamos incómodos. Estábamos asombrados de la cantidad de leche que me había extraído, nos preguntaron si era mucho, saque más de 120 ml de un pecho, en poco tiempo. Solicité que dejaran a Miguel que estuviera conmigo, el pequeño no comía nada, explicamos la situación por la que habíamos pasado y creemos que nos entendieron, consultarían si Miguel podía estar conmigo, no veían problema y nos aseguraron al poco tiempo que al día siguiente mi marido podía llevarlo conmigo. Mi marido regresó a casa con su botín (toda la leche que me había extraído en una neverita con friscolillos y empaquetada en sus bolsitas), esperando poder ir pronto con Miguel.

Vaya revuelo cuando ingresé en planta, estaban tan contentas al saber que llevarían a mi pequeño, estaban como locas porque me llevaran una cuna a la habitación. Me saqué leche cada 3h, 20 min de cada pecho para no perder el ritmo de la lactancia que era tan necesaria para Miguel y para mí. A la mañana siguiente la enfermera del turno de mañana no me aseguraba que fuera posible estar con Miguel allí y me angustie muchísimo, no concebía la idea de estar varios días sin poderle dar el pecho a Miguel, era parte de mi terapia, formaba parte de mi duelo, estaba tan tocada con la pérdida de Lucía, que no poderle dar el pecho a Miguel me causaba una ansiedad horrible, era como perderlo a él también. Cuando fue a verme la médica hablé con ella, me dijo que no sabía si lo autorizarían, pero que hablarían con neonatos para ver si al menos dejaban que me lo llevaran varias veces al día y poderle dar en la sala que tienen allí habilitada la toma. No se si fue porque hablaron con los pediatras o porque como se dice “me vino Dios a ver”, pero a medio día me confirmaron que me volvían a cambiar de habitación y que podría tener a Miguel conmigo.

Era urgente tener conmigo a Miguel, apenas había tomado nada en 24h, seguía con su huelga, él no quería saber nada del biberón, cuchara o jeringuilla, él lo quería de mamá y no estaba, y estábamos pasándolo mal todos con esa situación.

Durante ese tiempo, estuve sacándome leche cada 3h, durante 20 min de cada pecho, pregunté si la leche podía donarla directamente al hospital, pero me dijeron que esto no era posible, entonces, estuvieron guardándola en la nevera las enfermeras y mi marido se la llevaba a casa cuando iba. Afortunadamente, esto solo fue durante un día.

Cuando me cambiaron de habitación, el celador me llevaba a la planta donde podría tener a Miguel conmigo en la habitación y vi en el pasillo a mi marido con mi hijo en la mochila de porteo rompí en llanto, enseguida me lo dio a mis brazos, llorando me preparaba para darle el pecho, y solo hacía que pedirle perdón por el tiempo que habíamos estado separados.

También, estaba muy triste porque no podía tener a María conmigo, hacía muchas videollamadas a casa, pendiente de todo, sabía que estaba con mi madre y papá cuando iba a casa, pero no poderla abrazar, ni besar, bañarla…

A los pocos días me dieron el alta, pude volver a casa, y estar allí con mis 3 hijos.

Lucía .... Miguel y María 2020 ©

Hablé con mi matrona, le expliqué que sentía la necesidad de donar leche para poder ayudar a otros bebés y me explicó que con todo lo que me había pasado y la medicación que tenía no me recogerían la leche.

Recuerdo, que algunos sanitarios me hicieron comentarios sobre si quería interrumpir la lactancia debido a mi estado de salud era comprensible y yo me horrorizaba, es cierto que estaba físicamente agotada y psíquicamente a punto del colapso, pero la lactancia me mantiene conectada a mis mellizos, al que puedo abrazar, y a la que anhelo tener en mis brazos, al que puedo besar y a la que lloro por no poderlo hacer…

Como tuve que bajar más veces a urgencias, mi marido se dio cuenta de que la leche tenía un olor y sabor agrio, pese a congelarla y descongelarla en el momento. La lipasa actúa muy rápido, así que estuve buscando como solucionarlo, y enfriándola rápidamente con agua helada funciono a la perfección.

Llegué a tener un cajón del congelador bien grande lleno de leche materna, sabiendo que mi hijo no la querría tomar en biberón, pero era necesario seguir sacándomela. Cada día estaba más agotada, pero necesitaba seguir extrayéndome leche, por mi salud mental, porque cada bolsita que guardaba era para mi un regalo a Lucía, un agradecimiento a mi hija, una manera de continuar mi duelo.

Darle el pecho a mis hijos, ha sido y es el acto de amor más grande que puedo hacer por ellos, me ayuda mucho psicológicamente, al menos, he podido tener una red que me sostuviera, mi madre, aunque muchas veces no lo ha entendido, me ha ayudado en todo lo que he necesitado con mis lactancias, si necesitaba un repollo para ponerlo en el pecho porque tenía una mastitis terrible, aparecía por la puerta con el, acompañaba mis enfados cuando estaba frustrada porque todo se volvía cuesta arriba y sentía que no podía más. Me daba fuerzas para continuar, intentaba convencerme en dejarlo porque me veía sufrir y estar agotada, como cualquier madre, le dolía mucho ver el dolor en su hija. Mi marido, siempre a mi lado, formando equipo, gastándome bromas por el sonido del sacaleches, preparándome todo para hacer la extracción, dándome de comer o beber cuando he estado dándole el pecho a alguno de nuestros hijos, apoyarme en todo momento en las lactancias, intentando sacarme una sonrisa de ese mar de lágrimas que muchas veces me inunda, mi compañero de vida, de batallas, de crianza…

Sigo dándole el pecho a Miguel, con 14 meses que tiene, está genial, súper grande y fuerte. El otro día vi en Instagram un video que puso Alba Padró de un monillo dormido en la teta de su mami y seguía mamando de un pecho a otro, igualito que Miguel.

Poder darle el pecho a mi hijo, está siendo terapéutico, por muchos problemas que tenga, tener a mi hijo en mis brazos, olerlo, sentir su respiración, me da la vida, me da fuerzas para seguir luchando cada día. Siempre que le doy el pecho, nos miramos a los ojos, nos tocamos, me suelta un manotazo, me sonríe, me toca el pelo, me tira de él… esa conexión que tenemos, ese amor que le puedo demostrar, aunque a veces, no puedo evitarlo y las lágrimas inundan mis ojos, mi corazón y mi alma también lloran, pensando en ella, porque ella siempre está en mis pensamientos.

De momento hemos decidido que Miguel seguirá tomando el pecho a demanda durante todo el tiempo que él quiera, porque así lo sentimos, porque pensamos que es lo mejor para él.

Aunque ahora, con los dientes de por medio, ya hemos tenido 2 incidentes muy dolorosos, me he planteado por un instante dejarlo, me he dicho:” no lo voy a soportar porque duele muchísimo la herida, no sé ni como me la ha hecho, seguro que ha sido por la noche que me ha cogido con la guardia baja…”, o en esos momentos en los que está deambulando por la casa, viene a buscarme, me pide “teta”, me agacho a su altura y así de cualquier manera se agarra. He llorado, estoy llorando ahora mismo, por cuestionarme nuestra lactancia, porque no puedo privar a mi hijo de algo tan beneficioso y que nos aporta tanto a ambos, siento que traicionaría a Lucía, porque esta lactancia no es de 2, sino que es de los 3, es la lactancia de mis mellizos.

María, le da “teti” a sus muñecos, me explica que le ha mordido la “teti” y le ha hecho daño. Muchas veces se sienta a nuestro lado, mientras le estoy dando la toma a su hermano para darle al muñeco que toque el pecho, es muy gracioso verla a mi lado, dándole el pecho como hago yo con Miguel.

Miguel como ya es más mayor, mientras está jugando de un lado para otro, se acuerda de su “teti” y viene diciéndome:” teta”, me levanta la camiseta y busca su alimento, un chupetón rápido y vuelve a lo suyo.

La lactancia es maravillosamente sanadora, pero también es dura, tienes que estar 24h/365 días por y para tu bebé y si no puedes estar 24h, debes encontrar un ratito para poder extraerte y esto es sacrificado. Cuando sumamos hijos mayores, que requieren aún mucha atención, es agotador, pero para mi todo esfuerzo es recompensado.

Banco de leche casero ©

Llavero con leche que guardo en la caja de Lucía ©

Miguel tomando pecho de paseo 2020©

Cuando vuelva a trabajar, Miguel tendrá que elegir entre esperarme o tomarse un vaso con leche materna extraída, porque el biberón no lo va a coger, eso lo tenemos claro.

Hemos decidido que Miguel tomará el pecho el tiempo que él decida, no tenemos prisa porque deje, sólo nos aporta cosas positivas y nos conecta con Lucía.

De momento, ya no me saco leche desde hace unos meses, ya que con todo lo acontecido continúo en casa con María y Miguel. Necesitaba descansar un poco, estaba agotada físicamente y cuando los niños se duermen, necesito descansar.

El duelo también ha cambiado de forma y de color, ahora los sentimientos son mas amables.

Lucía forma parte de nuestra familia, la tenemos muy integrada en casa, y ahora sentimos menos dolor, cada día el amor que sentimos por ella, va ganando más terreno.

Este año, para el día de la madre, me regalaron una joya con leche materna, es una mariposa, y dentro tiene una “L” de Lucía, María me pregunta mucho por todo, lo normal con sus 3 años y le he explicado que esa joya representa la leche que le he dado a ella, la que le estoy dando a Miguel y la que jamás le podré dar a Lucía y por eso, papá, no pudo hacerlo más bien eligiendo el regalo y pidió que pusieran su inicial dentro. Además, vino acompañado con un llavero con la leche sobrante y decidí, que ese debía quedarse en la caja de recuerdo de Lucía, porque es el lugar donde siento que debe estar.

Siempre he dicho que una parte de mi se fue con ella, estuve perdida, no soy la misma persona, pero también puedo decir, que ahora soy una persona mejor, la mejor versión de mí para nuestros tres hijos. Por muy lejos que se haya ido Lucía, siempre vivirá en nuestros corazones y me enorgullece que nuestra hija María, sepa contarnos quién es su hermana Lucía, porque eso, me da paz, porque sé, que sus hermanos jamás la olvidarán.

Muchas gracias a todas esas mamás, que después de perder a sus bebés, donan leche para poder ayudar a otros, porque sois unas auténticas luchadoras, grandes personas y muy generosas.

Gracias a mi marido y a mi madre, que están ahí ayudándome en todo lo que está en su mano, para que pueda seguir con la lactancia. Porque sin ayuda, no sería posible.

Mi compañero de vida, el que me sostiene cuando me caigo y no puedo levantarme, junto al que he librado las batallas más duras de mi vida, al que no cambiaría por nadie, el que ha sentido envidia al ver la conexión que primero tuve con María y luego con Miguel dándoles el pecho. Gracias y mil veces gracias, porque sin ti no podría haberlo conseguido, porque formamos un gran equipo.

Lucía, siempre estarás junto a tu familia, mamá, papá, María y Miguel te queremos. Como dice María, vives en nuestro corazón.